Hace unos días me llevó JM al veterinario; nunca lo hiciera, pues salí acribillada y expurgada. La culpa la tuvo la pioderma, que después de mucho tiempo, empezó a picarme. La veterinaria L. me puso la consabida inyección, con promesas de más en 15 días; hasta ahí lo esperado. Lo malo fue cuando JM recordó que yo arrastro el culo a veces por el suelo; entonces, L. dijo que los perros tenemos a ambos lados internos del ano unas glándulas que segregan un sustancia que es expulsada con las heces, recuerdo de nuestro pasado ancestral, y, que a veces, esta salida se obstruye, provocando picor. Así que, ni corta ni perezosa, se puso a hurgar en mi mano con un kleenex, sacándome una sustancia negruzca al par que unos gritos de dolor. La verdad es que ese día fui de culo. Guau.
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