La semana pasada sucedió uno de esos hechos que tanto asco dan a L.: apareció un bicho -como dice ella- en la terraza. El que se dio cuenta fue JM, quien pensó que se trataba de una gaviota enferma, por su aspecto, y porque no levantaba el vuelo, cuando le echaba agua con la manguera o hacía ruido para asustarla. L. le sugirió que llamara a la policia local, y ésta le derivó a una asociación de recogida de animales; JM le dijo al señor que le atendió por el teléfono, que el animal no alcanzaba a volar, y que se limitaba a dejar sus deyecciones en la terraza (¡vaya palabro!, seguro que no lo encuentro ni en el Diccionario de Autoridades, ¿por qué tiene este hombre que hablar así?; yo ya lo conozco, pero, ¿era necesario eso?, ¿creía que iba a aclarar algo de esa manera, o que le iban a dar algún premio?; en fin...); el tal señor le dijo que vendría a casa esa misma tarde a llevarse el animal. Y héte que al poco llegó un simpático humano con un chaleco fluorescente, y una jaula como de llevar gatos; en cuanto vio al "bicho", dijo que no se trataba de una gaviota adulta, sino de la cría (¡vive Dios con el polluelo!) de otra especie, a la que el fuerte viento de levante había desviado del nido. Dicho esto, se puso unos gruesos guantes, y cogió al ave, metiéndola en la jaula.
Se fue, pues, diciendo que en la Asociación se harían cargo del animal, hasta que pudiera valerse por sí mismo. ¡Bravo por ellos!
En cuanto a mí, todos estaban preocupados por que saliera a la terraza, y tuviera algún incidente con el visitante, pero, tranquilos, que adopté mi táctica habitual en estas situaciones. Guau.
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