miércoles, 28 de abril de 2010

CRÓNICAS VETERINARIAS (II)






Cuando llegamos JM y yo a la clínica veterinaria, ya había gente esperando. La recepción es pequeña, por lo que, en un momento dado, puede producirse un auténtico overbooking canino. Había allí una pareja de humanos con un pequeño perrito blanco de aspecto desvalido y gracioso que ella sostenía sobre su regazo, un setter irlandés y algunos otros cruzados. Entonces llegó un Akita Inu, que parecía una bola de pelo electrificada, y el setter adoptó una postura de humillación ya tan ridícula, que parecía una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos; yo me puse a ladrarle hasta casi desgañitarme, por lo que JM me sacó fuera para que me calmase. La pareja humana que mencioné antes, entregó el perrito a la encargada y también salió fuera. La mujer rompió a llorar con tal desconsuelo, que se le corría la sombra de ojos, y el hombre parecía impotente para consolarla; esto me produjo una gran aprensión y miedo. ¿Por qué le ocurren cosas tan terribles a seres tan encantadores? Volvimos a la clínica, la mort dans l'âme ("con la muerte en el alma"), y había nuevos visitantes: entre ellos, un pastor alemán hembra que gemía tristemente; el dueño la acariciaba indolentemente, y vino al mostrador donde me había llevado JM y le ví firmar un papel; sólo pude echar un vistazo, pero lo que leí me puso el vello del hocico de punta: "autorización para eutanasia canina" ¡pobrecita! ¡ya entiendo sus gemidos!¡algo debía olerse!
Entonces mi ansiedad llegó al máximo ¡quería irme de aquel siniestro lugar! Regresó en ese momento la pareja del principio con un aspecto más calmado. Deduje, pues, que se hallaban allí por una grave operación que tendrían que hacerle al perrito, pues otra señora les decía: "Ya veréis cómo todo saldrá bien". Me tocó mi turno: la veterinaria nos estaba esperando con su sonrisa habitual, me llamó "señorita guapa", y tras examinarme su diagnóstico fue claro: "piodermia por reacción alérgica", acompañado de la inevitable inyección. JM quiso salirse para que no me pusiera más nerviosa, pero fue peor; él se quedó allí y sobrellevé el trago como bien pude, y la veterinaria dijo que debíamos volver en dos semanas para otra posible inyección. JM me compró también un champú especial, y un cepillo de dientes. En la puerta de la clínica seguía esperando la pareja ya comentada ¡ojalá JM rece a Dios para que el pobre perrito se cure! También somos sus criaturas ¿no?
En la vuelta, noté también que el taxista me miraba con ojos de cordero degollado, y enseguida comenzó a hacerle a JM preguntas sobre mí. El señor dijo que tenía dos perros, un pastor alemán y un bodeguero, y que éste era muy inquieto y le cazaba ratones en su campo (la verdad, no me imagino yo en tales faenas, será que me estoy volviendo muy señorita). Regresé a casa, pues, convencida de que, al menos a los taxistas les caigo bien. Ya entenderéis por qué lo digo en mi próxima entrada. Guau.

2 comentarios:

  1. Hola Quequi, ¡jolín que mal lo has pasado! Y no me extraña nada..., al leer lo que relatas sentí angustia, que penita lo de Akita Inu, me recordó lo que yo lloré por mi perrito. Oye que mal rollo el nombre de la clinica no? A mi me da un poco de yuyu...
    Espero que estés ya bien de tu alergía y que no te duela mucho la inyección...

    Besitos.

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  2. Todavía tengo picores, pero ya menos. Muchas gracias, Campoazul. La vida es así, y hay que acostumbrarse a todo, incluso a la muerte. Espero que tengas otro perrito que te haga feliz.
    Besitos.

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